domingo, 26 de febrero de 2012

EL ROSTRO DEL DRAGÓN



 







“El dragón se salvó del diluvio escondiendo su rostro
 verdadero en la inefable profundidad de los espejos
La puerta al paraíso es un dragón que se incendia
 para volver a construirse con las llamas”
 Norberto de la Torre

El fotógrafo preparaba su equipo para la primera sesión. Le había costado mucho tiempo ganarse la confianza de los dragones, pero por fin estaba donde habitaban. Aquellas criaturas se asomaban por las ventanas de sus refugios. Cristian sabía que los dragones eran antorchas vivientes. Podían incendiar una ciudad, sin una causa aparente, simplemente para manifestar su poder. Y mientras trabajaba con  su equipo de fotografía, intentaba ser cauto y no perderlos de vista.
Pasaron los día y logró sacar algunas fotos de las hembras y sus crías, el fotógrafo se preguntaba de donde salía aquella furia si parecían tan indefensas. Necesitaba captar en sus imágenes la parte compasiva del dragón para que la gente entendiera la enajenación y el rechazo como actitudes  que alimentaban la violencia.
Tomó muchas fotos que no captaban más que los tatuajes que  ilustraban sus cuerpos enormes. En cada uno de ellos vivía una historia de pueblos incendiados, caras aterrorizadas, nombres de víctimas que tuvieron la mala suerte de cruzarse en el camino del dragón. Cristián evitaba ver aquellas imágenes porque decía una leyenda que si mirabas aquellos dibujos, vivirías el resto de tu vida soñando con hogueras y muerte.
Pasados algunos meses, el fotógrafo se movía con más confianza, había logrado acariciar a las crías, éstas  corrían alrededor de Cristian como signo de aceptación y algunos dragones se dejaban retratar.  Las imágenes salían cada vez más naturales, sin poses forzadas ni momentos de tensión.
Una tarde el hombre analizó las últimas fotos, y no podía creer lo que estaba viendo, los dragones habían cedido y mostraban esa expresión que tanto buscó. Cristian pensó que el mundo por fin vería la verdadera cara de esas criaturas, la nobleza de aquella especie, que no era toda maldad como muchos creían.
El hombre imprimió las fotos y las enseñó a los dragones. Uno de ellos vio las imágenes largo tiempo. También captó esa fase vulnerable que nadie había visto, y  siempre habían ocultado, para de esa manera seguir mostrando temor a quien se acercara y así sobrevivir. El dragón levantó su enorme cara y miró a Cristian con odio. El fotógrafo dejó caer las fotos porque vio en los ojos verdes de la bestia su propia muerte. Minutos después en medio del patio una enorme fogata volvía cenizas a un hombre: Las fotografías como mariposas, volaban lejos, arrastradas por el viento.
  

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