viernes, 16 de marzo de 2012

LA CASA AZUL CUENTO CORTO

Fue casualidad el día que lo descubrió por error de orientación, camino hacia el lado contrario. El óleo estaba en el final del pasillo del hotel, donde nadie pasaba por ahí. Analizó los detalles en el frente, el paisaje no le dijo nada, sólo había una firma ilegible que la dejó con la misma duda, descolgó el cuadro. en la parte de atrás estaba escrita la información. Era una calle de Real de Catorce, también venía el nombre del autor, Segismundo Cabrera. Los ojos de Catalina querían pertenecer a ese lugar hecho de polvo y quietud. En el lienzo se podía apreciar una casa color azul. sus sentidos trataron de imaginar los olores y texturas para completar el rompecabezas.
Fátima la esperaba en el comedor desde hacía un buen rato, pero cuando vio entrar a Catalina, se dio cuenta que ya no llevaba el mismo entusiasmo. Quería dejar el hotel y cambiar los planes que apenas comenzaban. Fátima accedió molesta y comenzaron el viaje a su nuevo destino.

En el auto, recorrieron una carretera que cicatrizaba el desierto. Para entrar al lugar cruzaron un túnel. Al llegar al pueblo no estaba tan solitario como lo percibió en el cuadro. Había gente muy diversa, desde indígenas del lugar vendiendo sus artesanías hasta extranjeros nómadas.

Recorrieron el pueblo para encontrar la casa azul, hasta que descubrieron en una de las calles de terracería, la fachada de la casa. El color estaba deslavado, pero era el mismo lugar que vio en la pintura.
Tocaron la puerta. Nadie respondió. Fátima ya no podía más por el cansancio y frustración. Pasaron minutos que se mezclaron con el polvo y el calor, hasta que uno hombre muy delgado, de ojos azules, casi blancos, con un traje pasado de moda se acercó a ellas, se presentó como Josué. 

-¿Qué se les ofrece? 


-Queremos hospedarnos aquí- Dijo Catalina con decisión.


-Quién les recomendó el lugar? Hace años que nadie se hospeda en esta casa.


Fátima miraba a Catalina extrañada de que supiera de la existencia de ese lugar. El hombre abrió la puerta y las dejó pasar, la casa por dentro era totalmente azul y el color se mantenía más vigoroso que en la fachada. El lugar era agradable. Los muebles de la casa coincidían con la misma época y estilo, todo estaba en perfecto estado. Cenaron y después de que Josué les dio algo de información sobre Real de Catorce las mujeres fueron a la habitación. Había dos camas con colchas limpias y por la ventana se metía el aliento  cálido del paisaje. Catalina se dejo caer en una de las camas y Fátima permanecía cerca de la ventana fumando para aplacar sus nervios.


- Catalina, ¿cómo supiste que nos podíamos hospedar aquí?


- ¿Te acuerdas que te platiqué que vi un cuadro increíble? Pues, esta casa estaba plasmada, pero a diferencia de la real tenía pintado un letrero que decía posada.


Catalina y Fátima salieron a caminar, gran parte del lugar estaba en ruinas. El sitio parecía un fósil atrapado entre los cerros. paredes solitarias, hechas de desierto, que no terminaban de formar un pueblo.

Llegaron en la noche a la Casa azul, Fátima estaba más relajada y contenta, y después de dos cervezas, podía dejarse llevar por el momento. Se fueron al cuarto, Catalina se acostó, pero el sueño, a pesar del cansancio, no llegó. Peor cuando comenzó la música, podría escucharla claramente como si viniera directo del comedor. Se levantó resignada a no dormir y bajo.
Efectivamente la música venía del comedor, no estaban las sillas ni la mesa, había una rocola, muchas personas, hombres de aspecto rudo con botas empolvadas y mujeres con camisones de encajes. Se les trasparentaba el contorno del cuerpo. No se atrevió a entrar y permaneció un rato recargada en el marco de la puerta. Se veían tan divertidas que ni siquiera voltearon a verla. Alguien en medio del bullicio pronunció un nombre que a Catalina le pareció familiar. Segismundo Cabrera, volvió a susurrar su nombre. Le gustaba como vibraban esas palabras en su garganta.

Regresó al cuarto y esta vez si pudo dormir, cerró los ojos guardando en sus pupilas una sola imagen grabada en un fondo oscuro, el rostro de Segismundo.

En la mañana bajaron al comedor, los muebles estaban en su lugar.
Catalina no quería platicarle a su amiga sobre lo que vio en la madrugada, no estaba muy segura de que hubiera sido real.
Ese día fueron al cementerio, Catalina sintió que ese lugar era una extensión de todo lo demás, porque desde que llegó a Real tenía la sensación de estar rodeada de muertos.

Catalina esperó a que llegara de nuevo la noche, y bajar para ver si Seguismundo había regresado.

Por fin llegó el momento de dormir, pero Catalina estaba alerta, esperando escuchar de nuevo música y las voces. Exactamente a las dos de la mañana la música la despertó y Catalina se levantó de prisa. Llegó al comedor y todas aquellas personas ya estaban ahí, las mujeres con sus babydoll elegantes y los hombres dejándose acariciar por ellas. El único que no tenía pareja era Segismundo que a pesar de estar en la fiesta parecía lejano. Catalina observaba desde la puerta, pero nadie le prestaba la mínima atención no sabía quienes eran los fantasmas si todas aquellas personas o ella.
El pensar que nadie la observaba le dio confianza y entró al comedor, le temblaban las piernas. Llegó hasta Segismundo y tocó su hombro,  el pintor parecía ajeno a la caricia. Catalina sabía que significaba todo eso, era la continuación de ese lienzo que tanto le impresionó, pero ella estaba condenada a ser sólo una observadora que logró percibir la sensibilidad del pintor. Real de Catorce era un lugar donde los muertos tenían licencia de romper con las reglas. Catalina se quedó dormida en el piso, el dueño de la casa la despertó. Ella sin decir más le preguntó por Seguismundo Cabrera. El hombre, le contó que era un pintor originario de Real que había muerto hacía dos años y estaba pensando en hacer un museo en su casa y exponer toda su obra. La mujer le pidió la dirección.

Catalina y Fátima fueron a la casa, estaba abierta y había varios trabajadores arreglando el piso. Los hombres no pusieron objeción en que entraran. Fátima no entendía el ansía de su amiga de entrar a esa casa polvorienta. Fue hasta el último cuarto donde se escuchaba a una mujer furiosa. Al verla entrar intentó cambiar su actitud. Se presentó como la directora de la casa de la cultura de Real. Tenía la cara desencajada de rabia. En el cuarto estaba muchos de cuadros con paisajes del pueblo, otros eran rostros y muchos de la casa azul, de los hombres y mujeres que ella había visto, en el comedor.


La mujer les platicó que ella misma había revisado cada cuadro y todos estaban bien, pero esta mañana había visto de nuevo los lienzos y en uno de ellos alguien había dibujado con carboncillo una silueta.


Catalina vio el cuadro, era en el comedor. Las mujeres hechas de óleo se fusionaban con el lienzo al igual que los mineros, de hecho era un autorretrato porque Segismundo también estaba plasmado. Podía reconocerlo perfectamente, pero había una silueta en carboncillo que rompía con la armonía del cuadro, la figura desnuda abrazaba al pintor. Catalina le dijo a la mujer que a ella le gustaba el lienzo y ésta en un arranque, le regaló la pintura. Fátima, ya en la calle rumbo a la casa azul, le dijo que la figura  se parecía mucho a ella. Catalina sonrió, ahora sabía que al igual que ella, Segismundo también había visto un fantasma.   




  







domingo, 26 de febrero de 2012

EL ROSTRO DEL DRAGÓN



 







“El dragón se salvó del diluvio escondiendo su rostro
 verdadero en la inefable profundidad de los espejos
La puerta al paraíso es un dragón que se incendia
 para volver a construirse con las llamas”
 Norberto de la Torre

El fotógrafo preparaba su equipo para la primera sesión. Le había costado mucho tiempo ganarse la confianza de los dragones, pero por fin estaba donde habitaban. Aquellas criaturas se asomaban por las ventanas de sus refugios. Cristian sabía que los dragones eran antorchas vivientes. Podían incendiar una ciudad, sin una causa aparente, simplemente para manifestar su poder. Y mientras trabajaba con  su equipo de fotografía, intentaba ser cauto y no perderlos de vista.
Pasaron los día y logró sacar algunas fotos de las hembras y sus crías, el fotógrafo se preguntaba de donde salía aquella furia si parecían tan indefensas. Necesitaba captar en sus imágenes la parte compasiva del dragón para que la gente entendiera la enajenación y el rechazo como actitudes  que alimentaban la violencia.
Tomó muchas fotos que no captaban más que los tatuajes que  ilustraban sus cuerpos enormes. En cada uno de ellos vivía una historia de pueblos incendiados, caras aterrorizadas, nombres de víctimas que tuvieron la mala suerte de cruzarse en el camino del dragón. Cristián evitaba ver aquellas imágenes porque decía una leyenda que si mirabas aquellos dibujos, vivirías el resto de tu vida soñando con hogueras y muerte.
Pasados algunos meses, el fotógrafo se movía con más confianza, había logrado acariciar a las crías, éstas  corrían alrededor de Cristian como signo de aceptación y algunos dragones se dejaban retratar.  Las imágenes salían cada vez más naturales, sin poses forzadas ni momentos de tensión.
Una tarde el hombre analizó las últimas fotos, y no podía creer lo que estaba viendo, los dragones habían cedido y mostraban esa expresión que tanto buscó. Cristian pensó que el mundo por fin vería la verdadera cara de esas criaturas, la nobleza de aquella especie, que no era toda maldad como muchos creían.
El hombre imprimió las fotos y las enseñó a los dragones. Uno de ellos vio las imágenes largo tiempo. También captó esa fase vulnerable que nadie había visto, y  siempre habían ocultado, para de esa manera seguir mostrando temor a quien se acercara y así sobrevivir. El dragón levantó su enorme cara y miró a Cristian con odio. El fotógrafo dejó caer las fotos porque vio en los ojos verdes de la bestia su propia muerte. Minutos después en medio del patio una enorme fogata volvía cenizas a un hombre: Las fotografías como mariposas, volaban lejos, arrastradas por el viento.
  

CRUCE DE MIRADAS





Desde hace algunos días, Abigail vio sombras que salían de todos lados. Se escurrían sobre los muros de cantera. Algunas eran oscuras, otras translúcidas. Se enredaban entre los dedos de las buganvilias, se arrastraban por los jardines, se acurrucaban en los rincones de las  habitaciones, entre la ropa colgada en los closets. Iban y venían por los corredores, ajenas a Abigail.
 En un principio la atemorizaron, después pudo acostumbrarse a vivir con ellas, aunque siempre manteniendo su distancia. Así pasaron unos años, hasta que un día mientras subía a un puente, con horror, vio una sombra atorada en un barandal, que intentaba liberarse. Inesperadamente aquella figura, aparentemente ajena al mundo humano, observó a la mujer. Abigail sintió  vértigo  al cruzar su mirada con aquellos ojos que sólo podían pertenecer al odio de quien ya no existe.

sábado, 18 de febrero de 2012

MÁS ALLÁ DE TU INTIMIDAD por Gabriela d´Arbel







Me gusta cuando cortas pequeños pedazos de queso, cuando sólo pones un poco de leche en tu vaso. Comes tan poco. Me entretiene escucharte cuando, en voz alta, piensas en tus historias, cuando besas el espejo o huyes del silencio y lo rompes tarareando una canción.
No sabes cómo disfruto, cuando dejas la copa de vino en la sala y yo persigo tus huellas en su trasparencia, y gozo lamiendo las diminutas partículas de saliva que dejas en su canto. Sentir, por las noches, tus movimientos cuando duermes, a veces agitados y otras tan serenos como los fragmentos de luna que algunas veces no dejan dormir a los muebles de tu cuarto. ¿Sabías que hablas mientras duermes, que cuentas anécdotas que sólo tu gato y los grillos pueden entender?
No sé cuánto tiempo pueda durar así, viviendo de ti. En los escondites que  se han vuelto cotidianos. Te veo desde el patio antes de que te vayas, nunca te acabas el jugo. Después bebo lo que quedó en tu vaso, devoro dos rebanadas de jamón, quizás un poco de queso. En las noches vivo debajo de tu cama y me cobija el polvo, y los ruidos que haces.
No me gustan tus fiestas porque me obligas a ir al sótano, no quiero que tus amigos me perciban. No me quiero ir, me gustaría seguir comiendo tus manzanas, bañarme en tu tina y perseguir los cabellos que dejaste y aún flotan en el agua enjabonada.  Algunas veces estuve a punto de abrazarte y decirte que llevo mucho tiempo viviendo contigo; decirte que conozco cada movimiento tuyo, aún en la intimidad; que tu gato sabe que estoy aquí y ya me quiere. Pero no te lo diré, quiero que esto dure un poco más.
Prefiero no pensar, seguir aquí. Tú no sabes que estoy. Ahora sonríes, como si supieras que tu soledad se ha ido, no sabes por qué, pero no te dan miedo los rastros que he dejado con las uñas y que son como heridas en los muros y en los muebles, o cuando has percibido mi olor, entre tus sábanas, que empieza a parecerte familiar.
 La cotidianidad en que vives te protege y me protege.  Sé lo que harás y sé lo que haré. No quiero que llegue nadie a vivir contigo porque tomaré una decisión drástica, y dejaré salir mi rabia. Terminaremos en esta casa como en una tumba.


 

jueves, 25 de agosto de 2011

CUENTO: METAMORFOSIS Por Gabriela d´Arbel



Todas las noches a Margarita le robaron un pétalo, una vez fue Alejandro, otra Mariano y así cada noche. En un principio, a ella, le juego le parecía divertido hasta el día que Luis le arrebató el último pétalo. Margarita corrió a mirarse en el espejo y lloró, amargamente, al no poder reconocerse.